Imprescindibles

Artista: Selva Varela
Curadora: Carina Borgogno
Fecha: Diciembre de 2021 – Marzo de 2022

Desde los inicios de la humanidad los árboles acompañaron a nuestra especie para brindar refugio, abrigo y alimento. También representan para diferentes culturas un elemento natural sagrado y se hace presente su imagen y culto para pedir por crecimiento, fecundidad y transformación

Los mitos y creencias en mesoamérica, se pueden rastrear a través del cronista Jacinto de la Serna -nacido en México en 1597- quien describe al pueblo de Ocoyoacac -hace más de tres siglos- que ellos veían a los árboles como seres animados, como hermanos. Dice, Piensan que los árboles fueron hombres en el otro siglo … y que se convirtieron en árboles, y que tienen alma racional, como los otros; y así cuando los cortan para el uso humano. .. los saludan, y les captan la benevolencia para haberlos de cortar, y cuando al cortarlos rechinan, dicen, que se quejan.

Los árboles a diferencia de otros seres vivos no se mueven de un lugar a otro. Asimismo se distancian de las montañas -que parecieran inmóviles- ya que ellos pueden transformarse, balancearse y cambiar rápidamente. Este anclaje en la tierra, y al mismo tiempo la mutación por arriba de ella, los hace poseedores del símbolo de la evolución. En el mito griego de Daphne y Apolo, ella huye del acoso amoroso del dios de las artes y le ruega a su padre Peneo que prefiere pasar su tiempo practicando la caza y vagando por los bosques siendo soltera. La insistencia y persistencia de Apolo fue tal que Daphne le ruega a Zeus que intervenga y finalmente es convertida en árbol de laurel para escapar de Apolo.

Los ciclos de la naturaleza, las estaciones -aquello que evidencia la vida- puede representarse en un árbol, iniciando por la germinación y terminando añoso y caído luego del efecto eléctrico de un rayo que parte del cielo. En la obra cinematográfica del director surcoreano Kim Ki duk, Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera (2003) podemos aproximarnos al concepto del tiempo desde una mirada oriental, existiendo un devenir corporizado en la transmutación de la naturaleza que se manifiesta, como un poema zen. Se hace presente la fragilidad del acontecimiento en el eterno fluir suspendido de la vida.

Los árboles además nos proveen de oxígeno -uno de nuestros combustibles necesarios- y de esta forma respiramos y actualizamos nuestra existencia. Ellos también tienen heridas y pueden ser víctimas de una de las desgracias de nuestra contemporaneidad, la tala indiscriminada. Su exterminio es vertiginoso.

¿Somos conscientes que ellos son imprescindibles?

La exposición que Selva Varela presenta, nos invita a recorrer un espacio con árboles -quizás un pequeño oasis- creado por ella y diseñado a través de una plantilla -una retícula- donde la semilla se representa en un falso pixel de óleo.

La germinación prospera, la tierra rígida es abonada en detalle y la artista señala cada cuadrado con un punto, una línea, una marca para identificar un color. De esta manera reconstruye desde las raíces hasta las ramas este símbolo divino que para nuestros pueblos originarios representa valor, existencia y sabiduría.

El lienzo en blanco se modifica y el procedimiento se complejiza. Sobre la tela, la traza de rectas verticales y horizontales -elementos no orgánicos- parecen encasillar, pero el color y la distancia nos permiten ver el árbol y porqué no, también ver el bosque.

Los árboles unen dos mundos, el cielo y el inframundo, ambos desconocidos para nosotros. La artista con magia y alquimia nos invita a unir geometría, tecnología y naturaleza, todo dispuesto en un plano y versionado creando un nuevo sentido.

Selva Varela manifiesta, en este cuerpo de obra, las posibilidades de la imaginación y al mismo tiempo nos incita a agasajar la vida.