Construir otras cartografías

“La cámara es el pretexto para
conocerte a ti y al mundo”
Graciela Iturbide

I

Existe un momento en el cual la ciudad se detiene. ¿Cuándo? Quizás, cuando la fotografía congela ese instante. Solo ahí se vuelve piedra. La ciudad no duerme ni muere. Genera movimientos, escondites, atajos, travesías por lo alto y debajo de su suelo gris, en el asfalto tatuado de caucho y pisadas invisibles.

Esa ciudad entre los bordes es la que decidió caminar y registrar Alberto Landi en El borde íntimo: una Buenos Aires colmada de signos que debemos decodificar.

El libro, un cuerpo de obra compuesto por noventa y dos fotografías en blanco y negro, recorre fragmentos de barrios porteños y, desde el extrañamiento, aparta este puñado de imágenes para ser interpretadas por un espectador residente del mundo.

La cuidadosa edición estuvo a cargo de Nacho Iasparra quien junto al autor italiano cocreó un espacio de encuentro para mirar, seleccionar y poner en diálogo las imágenes. De ese modo se subvierte el relato y se presenta un montaje anacrónico y poético, donde la memoria es la responsable de la continuidad, y a través de su ejercicio permite emerger huellas.

II

¿Se puede entender a una ciudad?

La fotografía capta la fragilidad de la mirada y Alberto Landi selecciona y decide hacer el click cuándo algo lo interpela: un sifón verde o azul, una porción de fugazza o el retrato de Evita junto a la leyenda Ni una menos en la caja registradora de una pizzería de San Telmo.

La ciudad habla, grita -dice Landi- la ciudad encierra una historia en cada esquina. Quizás se dejan traslucir los sentimientos de sus habitantes cuando caminan por la vereda del sol o los pensamientos vagos mientras esperan en una parada de colectivo. Sus transeúntes también la disfrutan cuando se detienen en el verde de sus parques en busca del contacto con la madre tierra.

A la ciudad la aturden de bocinazos, la visten de banderas y pañuelos. A la ciudad la asustan los disparos y la asfixia el humo negro. La ciudad que Landi mira es intervenida en sus veredas y plazas. Los muros son el soporte para el arte político y social. El inicio de un acontecimiento precede en las calles, cuando el anonimato es un requisito y lo comunitario una necesidad.

Hay una ciudad del centro, otra exclusiva, casi pura, y otra que se fusiona. Se hace frontera permeable, donde conviven arrumbados argumentos del pasado con post verdades. En ese territorio límbico su arquitectura es una acumulación de estilos mal combinados, contradictorios, opuestos no complementarios que discuten por la primicia de la estética.

En esta Buenos Aires se superponen períodos como en un corte estratigráfico repleto de fallos, el gesto prevalece junto a la singularidad de su autor. Todo se incluye, aire acondicionado o nueva ventana. Prevalece lo posible antes que la destrucción.

La ciudad es intervenida por el visor de un Landi caminante que ya no es turista sino viajero del mundo, como propone el filósofo coreano Byung Chul Han. La ciudad del centro o su versión exclusiva deja de ser reconocida para el autor y emerge así El borde íntimo entre lo público y lo privado. El café o bar, como extensión del comedor de un monoambiente porteño, cumple varias funciones y es el escenario para la inspiración creadora. La mesa recuerda la espera de la comida de la infancia o se transforma en el diván imaginario de autoconsulta donde el comensal se enfrenta a una soledad digna.

La búsqueda del alimento sagrado es otro de los encuadres preferidos de Landi. Fugazzeta, mayonesa de ave, lengua a la vinagreta, sánguches de miga, choripán y hasta el asado, son piezas escultóricas efímeras de autoría anónima. La cocina popular persiste en las fronteras y nos recuerda los orígenes migrantes. A Landi le apasiona la incorporación de lo porteño en un plato italiano. De esta manera, se disuelven las recetas únicas. Las migraciones tienen esa magia de la fusión y la mixtura. Ante la ausencia de especias, verduras o procedimientos sus reemplazos no tardan en llegar y se inauguran platos auténticos generados desde el gusto local.

En las paredes de la ciudad se distingue la actividad política. Se cubren los muros cual maquillaje que quiere ocultar una herida. Las paredes son un territorio liberado para las ideas y aunque la publicidad insiste en fomentar la demanda siempre queda lugar para la memoria de los pueblos.

Los espacios de tránsito están plagados de acciones espontáneas. ¿Son realmente así o estamos ante un sujeto político que se permite entrar en otro territorio -el público-, y en lugar de escribir un libro, escupe paredes con verdades? El sistema moldea un ciudadano que debe ser calmado, encauzado, direccionado y de pronto eclosiona en los paredones. Es el caso de un dirigente social que invierte la ecuación y tatúa su barrio en la piel. Desde las paredes, Perón se instala en un emprendimiento familiar y la memoria de la última dictadura militar se escribe en baldosas.

Ni una menos y no me mates, por el aborto y contra el aborto. Landi sugiere ese binarismo que Occidente nos impone y resuelve en una pulseada, en un ring institucional donde la derecha e izquierda se enfrentan como el gallo rojo y el negro. La lucha de las mujeres y sus derechos por la autonomía del cuerpo tiene un camino de varios años y el aroma de la riña permea la imagen.

Se presenta así una ciudad desordenada y auspiciosa, compleja en símbolos y arquetipos que conforman la identidad del espacio y de sus habitantes. Se habilita a un espectador trashumante que vuelve siempre a lugares fijos.

III

Este caminar acompañado y detenido es persistente en Landi. ¿Hay un método de trabajo, entonces? El procedimiento tiene un punto de salida, una idea original. Lo extraño para un no nacido ni criado se vuelve signo a registrar y es capturado por la cámara oscura. Algo memorable interrumpe el tránsito al amante italiano que -luego en soledad- selecciona y vuelve sobre sus pasos en un visionado minucioso para comprender sus emociones, una vez que terminó su jornada.

¿Por qué todo esto me interesa?, reflexiona Landi. Me detengo en lo que me golpea. ¿Será en el corazón? Y continúa: una ochava, una porción de pizza desbordada de queso, una ventana rota, un kiosko amurallado, una tintorería oriental, una reunión de amigos y sus naipes. Estos son algunos de los anclajes elegidos en la errancia del trayecto.

Mi formación de arquitecto me acompaña, me permite acercarme con mayor conciencia, luego asoma el azar. Quizás su técnica se asemeja a la de un etnógrafo en las aproximaciones al objeto de estudio. Indagaciones, entrevistas a mozos, dueños de parrillas al paso y charlas entrecortadas conforman el paratexto de esta narrativa visual que tiene por finalidad huir de los no lugares.

IV

Cuando caminamos visualmente por la ciudad que nos propone Alberto Landi reconocemos -como espectadores- las esquinas que transitamos al ir de visita a la casa de un amigo. El territorio fotografiado es arrebatado por el público para identificarnos con recuerdos y espacios.

En sus últimos fotogramas el autor se aleja de la ciudad de los muertos y regresa a la de los vivos. De esta manera, se retira del libro pisando el asfalto, blanco, negro y gris. Una mirada amplia, un encuadre con gran angular, el barrio, el cielo parece nublado, la nostalgia se incorpora a la interpretación, el magún se apodera de nosotros y Landi se despide de este relato para construir otras cartografías.

Sobre Mi Piel

Realizar una exposición de obras de arte que construye unx artista, no es el cierre de algo, ni el final de una etapa, quizás es más interesante abordarla como un espacio de tiempo que se abre para reflexionar sobre el camino recorrido.

Unx artista, siente, percibe, intuye, piensa, trabaja y el en torbellino de acciones surgen ideas que se nutren y pueden pasar a otro estado y ser obra. Entonces, crear es un acto mágico, donde se produce una transformación y lo nuevo implosiona.

El espacio de tiempo que inauguramos hoy en Quema la Nave, es el de Débora Santángelo para permitirse mirar hacia atrás e indagar desde sus elecciones de vida hasta el cuestionamiento sobre las materialidades utilizadas en una obra. Así se filtran varios elementos que juegan y bailan con la misma gravedad.

Esta demora implica revisar las obras construidas y para ello se elige la exhibición donde la otredad se adiciona para brindar nuevas interpretaciones. De modo que una exposición deja de ser una acción artística individual para ser un acto colectivo y la danza sigue incorporando nuevos integrantes.

El fotógrafo chileno Sergio Larraín, le escribe en 1982 una carta a uno de sus sobrinos donde le deja instrucciones para la creación fotográfica, desde cómo elegir la herramienta hasta preceptos cargados de magia amorosa. Uno de los párrafos finales dice: “Hacer una exposición es dar algo, como dar de comer, es bueno para los demás que se les muestre algo hecho con trabajo y gusto. No es lucirse uno, hace bien, es sano para todos y a ti te hace bien porque te va chequeando.”

Débora Santángelo en Sobre mi piel despliega varios de los principios que Larraín describe en esta carta-oráculo y nos hace cómplices-partícipes de las imágenes que desarrolló entre 2016 y el presente.
La serie Piel, está compuesta por seis imágenes fotográficas que originalmente retrataron pequeños territorios casi invisibles que se presentan sobre la piel. Estas huellas fueron seleccionadas, editadas, transformadas, dispuestas en capas y dieron origen a una nueva constelación, donde los colores huyen de la figuración y le dan la bienvenida a extraños cromatismos. ¿Cambios en la forma?¿Cambios en la piel? ¿Cambiar el cuerpo? Estas obras se disponen en la sala flotando, adheridas a los muros, en soportes diversos como acetatos y papeles texturados y también se ven en la inmensidad de lo virtual proyectadas con luz.

Otra serie elegida para esta demora es Cicatrices donde la artista interviene nuevamente la imagen digital y erige una superposición antagónica. Su saco está zurcido de cicatrices y anclado en el dolor profundo exorciza el sufrimiento y se borda la piel abierta. Esta imagen – que es gesto- se repite, se repite, se repite; migra a su atuendo y no lo oculta. Nuevamente la artista es insistente en su comentario y nos habla sobre la vulnerabilidad del cuerpo y de su herida. Algo debe ser reparado: aguja e hilo.

En la última serie elegida para este proceso Santángelo polemiza sobre las decisiones, y el cómo salir al mundo. ¿Cuáles son los conceptos con los que se identifica para abordarlo? Estas palabras impresas en papel montadas sobre objetos de metal, actúan como talismanes que aligeran o dificultan el habitar cotidiano. ¿Cómo salimos a la vida?, nos pregunta la artista; ¿con amor, con rencor, con pasión? Brazaletes, collares y anillos se disponen en una falsa vidriera para que nosotrxs como espectadores dispongamos de ellos.

El itinerario del tiempo demorado que nos brinda Sobre mi piel propone la reflexión, nos hace preguntas y tiene como objetivo huir de las respuestas dogmáticas. El arte de Santángelo inicia desde sus vísceras, desde su dolor y en el devenir creativo le atribuye colores y texturas. Sobre mi piel nos deja vestigios, señalamientos, que actúan como un síntoma, para que nos cuestionemos sobre nuestra fragilidad y nuestras heridas.

levedad de lo visible

La exposición levedad de lo visible de la artista Laura Loyola se presenta en el espacio Quema la nave, inaugurando la diversidad, manifestando la imposibilidad de un relato único a través del despliegue de obras, – más de ochenta- que indagan y delinean el recorrido plástico de la artista. Sus búsquedas develan los procedimientos internos o lógicas del propio lenguaje. “​Mirar es pensar​” nos dice la artista en sus manuscritos y en ese juego de palabras -en la inversión del binomio- construye el sentido que nos propone como espectadores para mirar-pensar, pensar-mirar la obra.

Como en una antología poética, las obras se disponen en el territorio para ser transitadas y ellas bocetan el itinerario, dejando testimonio de su génesis para transferir nuevas interpretaciones. Las obras -en apariencia- cobran vida, predicen nuevos viajes, ocultan acontecimientos, evidencian la alteridad y nos hacen repensar sobre aquello que es lo más profundo, nuestra piel.

La distribución de las obras obedece a las sendas que la artista fue indagando. Como en una genealogía, el primer cuerpo de obra conformado por bocetos describen los ensayos y las experimentaciones. Aquello que no puede ser expresado mentalmente se traslada a cualquier soporte no autorizado. Figuras humanas, tímidos figurines se presentan para dar inicio al relato.

Un muro aéreo muestra obras suspendidas con mayor libertad y licencia. Ellas recorren cuerpos, naturaleza, indumentaria. Aquí el nexo con la historia de vida se entreteje evocando pasajes de la infancia donde el vestuario y los trajes, generaban la forma de estar presente en el mundo. La acción performática de ser y construir el género -como acto político- sobrepasa al papel.

El bloque de obras donde su estructura predominante es el color negro, se inscribe en el campo de la exploración de la tinta blanca. La referencia a la noche es la interpretación que hegemoniza y no prefiere la metáfora. Igualmente infiere a la soledad de los paisajes internos y se dibuja un mundo que aparece en los sueños o ¿acaso es habitual colgar ropa mojada en luna llena? Así la serie Nocturnas, nos lleva de paseo por un campo ingrávido y la escena teatral levemente se aproxima para dejar sus huellas.

Otro muro dialoga -no en voz baja- y el color aparece con impulso en un puñado de obras que refieren a series como Corpus y Estados. Aquí la artista, homenajea otras corporalidades, juega con la alteridad y no necesariamente hace un listado pormenorizado de formas y posibilidades que el cuerpo tiene, por el contrario se detiene en los gestos, los escorzos, las posturas de las manos y la inclinación de la cabeza ante una acción cotidiana que se produce al leer un libro. La pincelada colmada de capas y transparencias, dirige nuestro mirar para descifrar los pequeños y poderosos detalles. ¿Cómo pasar a la figuración el viento, o un estado del alma?¿Cómo evidenciar la piel en su máximo estado de contacto? nos interroga la artista.

El recorrido nos invita a introducirnos en su viaje actual -en la segunda mitad de la sala-, donde las imágenes expuestas conforman el corpus principal del libro-álbum “Mudar de Piel”. Aquí se presenta otro relato, un lenguaje es ostensible bajo otro soporte y hoy decidimos hacer evidente el misterio, como si las obras salieron del libro o se incorporan al texto. ¿Acaso importa?
En el arte contemporáneo, tenemos la urgencia y el requisito de mirar bajo otro paradigma. La modernidad nos instruyó a su manera. Hoy el presente continuo reclama una mirada amplia de sentido que invita a leer e interpretar prescindiendo de la literalidad del realismo. Nuevos estratos devienen en lecturas que se entrecruzan, se combinan, se niegan y se afirman. Este bloque complejo y diverso, incluye tres muros, además de las obras dispuestas en dispositivos y el libro-álbum.

Finalmente, esta gran sección incluye los recorridos plásticos y estéticos que la artista construyó con tinta, acuarela, pasteles, vegetales, telas e hilos. Hay que aproximarse – no sólo físicamente- para percibir la sutileza de la pincelada y la superposición de pigmentos. Este cuerpo de obra, intenta desnudarnos ante tanto ropaje, nos hace la pregunta, una y otra vez sobre nuestra superficie, la que nos cubre, nos protege, nos comenta y nos insinúa. La piel se hace responsable del ser que sale al mundo, la singularidad es arrojada a la mar de otredades.

En la narración poética construida en “Mudar de Piel”, Laura Loyola no le confiere más realismo a nuestra existencia, por el contrario, se esfuerza en poner de manifiesto las estructuras profundas que se encuentran en la superficie. Es hacer emerger las relaciones pre-existentes que son constitutivas del ser. Nos invita a mirar la obra lo más próxima posible, con insistencia suficiente para que nos revele sus verdades.

Para comprender una obra, nada mejor que entender cómo nos lo dice. Ella no es una suma de fragmentos, sino una unidad que puede ser segmentada si el espectador lo desea. Esta idea de unidad es la contribución que el arte contemporáneo solicita al público, y aquí la elección personal se pone de manifiesto.

El montaje es el tejido del guión. En su forma primitiva, las obras fueron dispuestas prescindiendo del dispositivo que las enmarca, liberadas de corsés estéticos las acuarelas dialogan en el espacio: la cercanía y la desobediencia van juntas para modelizar la comprensión de lo actual.

En el campo de los presupuestos, lo no dicho, sigue siendo aquello que asombra y las visiones de una obra generan vasos comunicantes donde se reconstruye la historia de la artista, su mirada del mundo y una obra que ya habla por sí misma.

Hauntología

Cuando nos encontramos frente a la obra de Selva Varela nos surgen síntomas de naturaleza problemática, ya que nos enfrentamos ante una encrucijada formal y conceptual.
¿Qué estamos viendo? ¿Acaso la imagen evidencia la realidad, la representa?

Habitamos una contemporaneidad donde lo binario se ha desvanecido en su potencia y convivimos con presencias espectrales, fantasmagóricas, donde el pasado se repite de forma nostálgica y experimentamos un futuro que parece cancelado. Así fue como Mark Fisher interpretó la hauntología y desde esta propuesta curatorial nos hacemos caja de resonancia para ligar el arte y la filosofía.

La exhibición propuesta inicia su recorrido -en la primera mitad de la sala- con obras realizadas entre el 2012 y 2015. La pintura al óleo sobre lienzo y sobre papel es la manera que tiene la artista de construir su cuerpo de obra desde que inició en 2003. En este sector reconocemos el pixel como indicio y evidencia de una nueva forma de crear en la era digital y al mismo tiempo -tomando distancia- ramas, hojas y árboles se elevan multicolores, brillantes y reconocibles. Uno de los muros presenta un políptico, Construir, 2012 donde seis obras nos permiten ver la creación de un árbol, su crecimiento y ensanchamiento de la copa. Sobre el piso -haciendo raíz- Construir 2, 2013, obra que la artista despliega como un rompecabezas, en un juego de construcción y deconstrucción analógica. Desaparece la virtualidad para convertirse en materia, en pincelada densa y húmeda, desaparece el árbol como mímesis y se hace virtualidad. Aquí exploramos como espectadores un territorio esquivo, inestable, espectral, donde el fenómeno hauntología se manifiesta.

¿Porqué árboles?

Ramas, 2015, Verde, 2013, Azul, 2013 y Otoño, 2014 concluyen esta aproximación a la realidad, develando como gesto primario el uso de la fotografía digital, su posterior manipulación y una libre actualización del pixel intervenido por una paleta cromática que altera el archivo original. Quizás Selva Varela devuelve a la virtualidad un poco más de humanidad. Así en este restablecimiento del futuro acontece la presencia de una ausencia y la ausencia presente. La presencia invisible de aquello que no está allí. El árbol ¿O sí está? La interrogación nuevamente y sin respuesta tranquilizadora.

“El árbol es orgánico y en esta virtualidad híper ampliada, que nos propone una naturaleza de pantallas, yo vuelvo a organizar el árbol con el pincel, lo vuelvo a crear y por momentos necesité ocultarlo, para descubrirlo”. Así nos relata Selva su experiencia mientras transita sus obras que requieren un riguroso método de ensamblaje donde la cuadrícula como red de líneas trazadas en grafito, dejan de pertenecer al mundo de las filas y columnas y se imantan de colores espesos. El límite es el gran desafío.

En la segunda mitad del sala, la explosión de nuevos colores germinan y “el árbol” requiere ser desocultado. A veces se encuentra atrapado entre tramas de colores, disimulado entre diseños superpuestos, otras, camuflado bajo un color que confunde su apariencia. Las obras suspendidas desde lo alto necesitaban un montaje liviano y circular, para poder dar forma a un tronco-vacío que constituye este nuevo escenario de los futuros posibles. ¿Acaso la naturaleza no está en riesgo?

Este trayecto de la exhibición dialoga con dos obras, donde la proyección isométrica y el píxel representado con óleo se entrecruzan. Nuevos imaginarios, nuevas lógicas y nuevas herramientas se diseñan desde el arte, desde la ficción como una metodología para prototipar objetos tangibles con una estética deliberada. ¿Es posible pensar en una zona autónoma?

En este contexto de futuros posibles, probables, plausibles, deseables y no futuros descansa con aplomo -en este recorrido- la fotografía en un árbol como impronta de lo real, quizás como vestigio arqueológico, espectro es algo que no es, pero es igual a lo que fue y a lo que vendrá. Participar de manera diegética de nuevas narrativas y evocar futuros estéticos, es el viaje que nos proponen las obras de Selva Varela en Hauntología.

Habitación Compartida

Fase 1 – Se encuentra una cámara

Cuando en el 2010 Pablo Sombrero tiene en sus manos una cámara fotográfica, el universo parece haber dado una señal. Como dicen los entendidos en la materia, se alinearon las energías cósmicas para que lo nuevo inicie su emergencia. Un joven de diecinueve años, inicia un recorrido tímido, y pide autorización para tomar una foto.

Fase 2- El conocimiento de la herramienta. Pintar con luz

Su inicio es conocido por todxs dentro del sistema educativo. Aprender de otrxs; la transmisión del conocimiento, la práctica y la experimentación como itinerario para descubrir su estilo. El ejercicio de teoría y acción se hace contundente. Leer, mirar y luego fotografiar. Equivocarse para seguir aprendiendo. “¿Qué miro?”, “¿Qué inmortalizó en cada fotograma?”, se pregunta Sombrero repetidas veces. “¿Qué es y a quiénes involucra el acto fotográfico?”

Fase 3- El encuentro con la otredad

El camino del artista se disgrega, se abre en abanicos y Sombrero arma catálogos de todas las fotos que tomó en todos estos años. Las clasifica, las ordena, las divide. Construye categorías formales -color o blanco y negro-, también discute y se pelea con los conceptos y sus carpetas contienen “fragmentos, cuerpos, partes de cuerpos y sueños”. En esta fase el artista dispara sin concluir, sin atascarse. Se esfuerza por el orden, acción que por instantes lo perturba e incomoda. Pablo Sombrero se pasaría fotografiando la vida. Una usina inagotable de imágenes que se autogeneran. ¿Cómo es posible?¿Cuál es su combustible?

Fase 4- Aliadxs

Co-crear en la habitación que es su casa, su estudio, su laboratorio. Allí establece la relación con lxs otrxs, amigxs y no tanto. ¿Quién de sus allegadxs no ha pasado por el visor de Sombrero? Ellxs se atreven a desnudar su alma, sus secretos, deseos y obvio, su cuerpo. La extimidad es fotografiada, divulgada a viva voz. Antes pasa por el filtro del acuerdo y en reciprocidad se decide dar a luz una nueva bocanada de hastío, de odio, de golpes, de confusión y mentiras. Estos son algunos de los conceptos, que previamente fueron idea.

Los homenajes, no están ausentes y siempre en diálogo. El artista toma mate o quizás un vino con Jan Saudek y le devuelve a modo de correspondencia un nuevo suceso recreado. También discute con Robert Mapplethorpe y se rinde ante una toma ausente de errores.
La música, el cine, la historia del arte, la realidad violenta, lo injusto, lo indecible, lo innombrable, el mandato ya pasado de moda, la memoria del horror, el dolor del frío y el vacío no sufridos, aquella alegría que es prestada, lo inacabado, todxs aliadxs de Pablo Sombrero a lo hora de crear.

Fase 5- Crear un libro: Habitación Compartida

Resulta lejano, o por momentos inalcanzable, pero el artista en esta fase despliega todas las estrategias para presentarse a través de un libro-objeto y lo logra. En esta laboriosa y dedicada edición plantea una nueva mirada que entrecruza ejes donde se evidencia la intimidad del artista, su creación poética y los vínculos singulares que establece a través de una selección propia, que sigue en diálogo con sus fieles seguidores.

Este cuerpo de obra reúne formalmente fotografía en blanco y negro, en su gran mayoría retratos que se hacen tangibles a través otrx cuerpxs, de sus fragmentos y de la vulnerabilidad que constituye el ser piel, carne y músculos.

Pablo Sombrero cuando se encuentra frente a otrxs “arma y desarma” los miedos, los conflictos y los mandatos. El pensamiento crítico se instala y forma parte del proceso creativo. El arte se vuelve pregunta. La fotografía cuestiona su rol, su origen, su sentido. Lxs cuerpxs rotos, piden a gritos enunciarse, decirse. Estos fotogramas constituyen un puente que revela el malestar interno y el fracaso social impuesto por el orden patriarcal.

Una rosa por boca, unas rastras por flores, una raíz de nabo por rostro y la muerte siempre al acecho. A Sombrero lo matan y lo hacen nacer. Sus imágenes tiene ese poder. Aquí el artista despliega raíces por sus dedos y elige en esta edición obras que transmutan y se convierten en bosques y selvas nocturnas.

Habitación Compartida es adentrarse en las tripas del artista que intercambia un diálogo filosófico con bailarines sin pié, con un gato que se cruza, con el rezo obligado. Habitación Compartida nos hace cómplices, para que la reunión sea más amplia y podamos finalmente decidir como espectadores si queremos ser parte de la banda.

la palabra perdida

Cuando Marcela Villagrán decide nombrar “La palabra perdida” a su obra visual-fotográfica, nos advierte de un relato que aún se sigue escribiendo, nos sugiere un texto que se construye en la eterna búsqueda y nos presenta la idea de lo inconcluso.
Esta exposición inicia su recorrido con la imagen de una mujer desnuda inmersa en un paisaje natural. Ella nos mira, nos interpela y su presencia entre la vegetación exuberante anuncia el tránsito por diferentes escenarios, donde otras corporalidades también se presentan performativamente.

El cuerpo despojado de la ciudad, es presencia-acontecimiento en los espacios naturales que la artista elige para el diálogo. Una nueva comunicación se establece entre la humanidad y el río. Otra intensidad percibimos cuando la carne transita descalza por el bosque tupido y otro sentido cuando las mujeres pisan arena caliente, cuando discuten y se encuentran, para finalmente arrojarse al mar.
¿Y después?, ¿Qué más? Un volver a empezar.
La fotografía perfomática es una construcción, donde se produce una acción transformadora. La artista proyecta su proceso creativo, imagina nuevas metáforas y finalmente le da forma, llevando esa idea al territorio físico, al plano de nuestra realidad material. Nos muestra ese espacio natural que es interferido por los cuerpos y se genera el vínculo arte y vida, donde surge una exploración mítico- religiosa.

Ante esta obra, no podemos dejar de preguntarnos: ¿qué buscamos?

“La palabra perdida” nos recuerda los trabajos de la artista cubana Ana Mendieta en su performance “Flores en el cuerpo” de 1973 , ella indaga sobre el ciclo natural de la vida, la reencarnación y la transformación del cuerpo. Aquí entre ambos trabajos se produce una conexión: cuerpos de mujeres, el cuerpo de la artista como obra y las vinculaciones con la naturaleza, el sacrificio y las múltiples interpretaciones para acercarnos a la esencia de lo humano.
La obra de Villagrán se hace tejido vivo. Ser en una invención no es lo heredado, es la posibilidad, es un punto de partida, es lo que viene y se concluirá quizás cuando nosotrxs como espectadores podamos atrevernos a participar del desciframiento del código, en busca de visibilidad.

Se instala el proceso de construcción interna que integra al artista, sus obras y los receptores, cuestionando hasta la médula ideológico-política, para transmitir formas re-escritas, re-programadas, re-editadas del personaje original ¿Qué es ser mujer? No hay certezas, pero de algo estamos convencidxs: no es copia de nadie
El recorrido visual conformado por trece fotografías nos van permitiendo hacer los cambios necesarios internos, siendo cómplices- al mismo tiempo- de las transformaciones formales. Río, bosque, desierto, mar. Y en ese círculo quedamos atrapadxs para volver a comenzar. El video – pieza de 1 ’55’’- filmada desde una perspectiva subjetiva, nos permite penetrar en la espesura de ese tiempo, que intenta desaparecer para poder contemplar.

La conclusión no es posible, y así la multiplicidad de rizomas queda sugerida visualmente: un fragmento del pasado es presente y es – en simultáneo – el que seguirá delineando el devenir.

Jirones

Aún siguen resonando en nuestro imaginario frases como “el arte cura” o “todx ser humanx es unx artista”. Parecen enunciados salidos de la nada misma, impersonales y poco distinguidos; pero estas declaraciones -lejos de ser livianas- adquieren sentido cuando nos sumergimos en la genealogía de las palabras y vamos tras la huellas de los conceptos al pasar por la historia del arte.

Para acercarnos a un debate más contemporáneo, vamos a invitar a este conversatorio imaginario al artista alemán Joseph Beuys, quien se desempeñó en el campo del arte -siendo escultor y profesor en la Academia de Dusseldorf- y es quien hace cuerpo de estas palabras para elevarlas y dotarlas de sentido. Una vez más, hace emerger la relación entre arte y filosofía en medio de un cambio de paradigma y crisis mundial, luego de la segunda guerra.

Podemos decir que toda su obra es uno de los mejores ejemplos de apertura artística que plasma en materialidad e ideas, tomando como recursos su propia existencia, sus emociones y su historia de vida.

Pero ustedes se preguntarán ¿por qué esta introducción sobre un artista alemán, que estuvo en la guerra, que casi muere, que se resignifica, que es artista y luego profesor y le da un giro al arte escapando por momentos de la figuración para entrar al mundo de las ideas?

Pues la respuesta es esta exposición -Jirones- que nos plantea la artista visual Karina Lerman, donde su recorrido de vida desde lo profesional se inicia con estudios académicos vinculados a la psique, pasando luego a las letras como una forma de expresión de su ser y que en este instante se detiene, para incursionar en una nueva manifestación: el arte visual.

Como decía Beuys, la especie humana es la destinataria del concepto de arte -en todas sus variantes- y, por tanto, recurre al tratamiento del cuerpo humano como una herida. Así, para Lerman, el cuerpo es entendido como un gran escenario físico y emocional que hay que sacar a la luz para poder sanar y crear.

Jirones, es una exposición que incluye un cuerpo de obra donde la artista despliega su emocionalidad y subjetividad. En la primera parte del recorrido nos encontramos con obras que resuenan con el título elegido. Pinceladas, gestos, bocanadas de color, se impregnan en el lienzo y le dan la posibilidad al espectadorx a que se anime a imaginar sus furias y sus remansos. Los colores no obedecen a un patrón, la artista se atreve a indagar, a intercambiar, a mixturar y finalmente los ocres, azules y grises ganan la apuesta. ¿Qué evocan esos colores? Seguramente no es la misma interpretación para todxs. La artista inicia el juego con sus cromatismos elegidos y nosotrxs del otro lado re-leemos desde nuestra mirada.

¿Vos que ves?

Dentro de este cuerpo de obra, se producen texturas donde la madera, el papel de desecho, aquello que está listo para ser basura, adquiere forma nueva y se recicla en materialidad transformada. De esta manera Leman desafía no sólo a su propia existencia, sino que anclada en la expresión visual experimenta con lo informe.

El arte que se expresa negando a la figuración, debe ser comprendido dentro su origen en las primeras vanguardias, cuando en el período de entreguerras se fragmentaron las ideas de progreso. Así para Kandinsky, lxs artistas trabajan y se expresan siguiendo un principio de necesidad interior y nos convence que la misión no es reproducir la realidad o el mundo sino que su misión es de carácter espiritual. Bajo este principio Kandinsky sostiene que todos los medios son sagrados, si son interiormente necesarios.

Leman en esta nueva etapa, se extiende en el gesto y en los jirones desprejuiciados, pero no abandona otras formas de expresión. Formalmente incorpora un cuerpo de obra donde el collage, el fotomontaje intervenido, cosido y zurcido enuncian tímidos fragmentos de su historia de vida y de su árbol genealógico.

Aquí nuevamente el cruce con la filosofía es inevitable, así Nietzsche nos define al artista como aquel que puede expresar su conocimiento personal a través de sus impulsos y sentimientos desde su particularidad en la obra. De modo que resulta ser, así, unx gran indagadorx de sí mismx. Lerman se enfrenta a su mundo aparente y es al mismo tiempo fuente de inspiración, para crear y afirmar su propia vida.

Siguiendo los últimos pasos de esta exposición, también encontramos pausas, o estadíos intermedios donde la artista incluye dos obras donde el lienzo blanco es intervenido por signos y huellas, en estas obras reconocemos formas habituales que hacen cercano y amigable el acto de mirar.

Finalmente, este recorrido se completa con el texto poético. Karina Leman deja registro de su palabra creada y la enuncia con fragilidad sobre el débil papel. Susceptible al desvanecimiento nos dice: Ella borda su plumaje bajo el sol / y en la sombra junto al ave / resiste su carne de trenzar / puntadas en el aire.// Otra le alcanza las hebras / y con hilos rojizos / nacen las espigas de su vientre.// ¿Cómo será la textura que no anude? / Cada pespunte libera la raíz de su piel. // Ella sobrevive.